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Foto del escritorAlejandra Gianferro

Roma

Los locales de marcas internacionales contrastaban con esas calles cargadas de historia, esas fuentes imperiales con leones que reflejaban el sincretismo con el oriente, los campaniles, las columnatas vaticanas, Santa María Maggiore con sus retablos majestuoso, gente de toda parte del mundo lo cual la convertía en una ciudad cosmopolita. Todo provocaba a cada paso una sensación de felicidad que ni siquiera había podido sospechar.

Muchas veces había imaginado el estar allí, en ese lugar que había aprendido amar a través de las fotografías que su padre había guardado en una vieja caja de zapatos. Pero a diferencia de él, estas fotos no representaban recuerdos, sino una gran ilusión.

Desde el cuarto que alquiló en la calle Via Boesio, podía ver la cúpula del Vaticano, si bien no era un ferviente católico no podía dejar de emocionarse, esa imagen le permitía corroborar que su sueño por fin se había hecho realidad.

No tuvo en cuenta el cansancio que el vuelo había dejado en su cuerpo, y se lanzó sin pensarlo ni siquiera un segundo a descubrir todos y cada uno de los rincones que tanto había deseado ver. La alegría, la emoción, la sorpresa, la euforia, generaban en su pecho un coctel perfecto que hacía que su corazón latiera totalmente desenfrenado.

El anochecer lo encontró en el Trastévere, ese barrio a orillas del Tiber que con sus calles adoquinadas, con sus bares y cantinas lo invitaban a comerse unos suculentos vermichelis a la vongole. No lo podía creer: —¡Es verdad!— Se decía—Finalmente estoy en Roma…— mientras disfrutaba de su copa de vino tinto.

La excitación hizo que esa primera noche en la ciudad de los césares, provocara un insomnio interminable. Con tan solo un par de horas de sueño salió nuevamente a descubrir a la maravillosa y enigmática Roma. Un plano recogido en el lobby del hotel le permitió organizar mejor su recorrida, la cual ya había imaginado una y mil veces en Buenos Aires.

Al pasar los primeros días, buscando algo en su valija encontró una dirección, que ya había olvidado, se la había dado un amigo por si surgía algún imprevisto, ya no acordaba ni siquiera el nombre de la persona conocida, la nota que decía simplemente – Francesca 045…., se metió el trozo de papel en el bolsillo aún no sabía si la iba a llamar o no.

Luego de recorrer el Foro, el Circo, la Bocca de la veritá se dirigió al Coliseo tan apresurado como si fuera a ver una lucha entre gladiadores, cuando buscó en su billetera unos euros para pagar la entrada, volvió a encontrar el papel con el número de Francesca y pensó que apenas terminara el recorrido la llamaría.

Buscó el teléfono público más cercano y marcó los números que figuraban en el papel. Bastó un—Pronto...

¿chi discorso?— para que naciera la necesidad de conocerla. Luego de aclarar quién era, acordaron en encontrarse a las ocho en Piazza Navona.

Ya no era un hombre joven, pero pensó que tal vez esa mujer desconocida y con un dulce acento italiano sería el condimento indicado para que este viaje fuera perfecto. ¿Por qué no un amor en Roma? pensó, sonriendo mientras se colocaba unas gotas del perfumen que había comprado en el free-shop.

Salió con el tiempo suficiente para ir caminando hasta el lugar que habían acordado, mientras fantaseaba ¿Cómo sería?, ¿A dónde la invitaría a cenar? Sin dejar de tararear una vieja canción de Mina que conocía a la perfección…

La vida le sonreía, su sueño se había cumplido estaba en su adorada Roma, y a punto de encontrarse con una mujer. Esperando parado junto a la fuente de los Cuatro Fiume, sorpresivamente el encanto se rompió, un dolor punzante en el medio del pecho le cortó la respiración todo era muy confuso, no supo cuantos minutos transcurrieron, a lo lejos se escuchaba la sirena de una ambulancia, los paramédicos actuaba…Solo pudo articular un pensamiento…Después de una visita a Roma decimos que no necesitamos conocer nada más…Que no necesitamos vivir…

ALEJANDRA








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